lunes, 21 de septiembre de 2015

Reencuentro entre espárragos





Tengo una numerosa familia. Somos ocho hermanos. Cinco hombres y tres mujeres.
El turno es de mi hermano Rafael, a quien hace más de nueve años no veía. Nuestro reencuentro en su territorio ha sido tan chistoso y humorísticamente tan Rosas que, con solamente dos horas de conversación, hemos tenido tiempo más que suficiente para entendernos, reencontrarnos y reconocernos. No es necesario hablar horas y horas para saber qué esperamos el uno del otro. Yo creo que aunque pasen los años la sangre llama a la sangre y no hay nada más qué decir. Compartimos historias y eso nos hermana e impide que se rompan nuestros lazos de comunicación.
Estoy convencida de que las historias familiares compartidas son las que nos acercan o distancian para siempre de nuestros hermanos y hermanas de sangre. En el caso de mi familia, a pesar de los años, las distancias, las historias, los abandonos, los encuentros, las muertes, creo que predomina una  relación entre hermanos. Así, sin calificativos. Una relación ni de amor, ni de odio.  Habrá por ahí algún par de perdidos, pero estoy segura que en el reencuentro -si algún día llega a suceder- cruzaremos el momento como si nos hubiéramos visto el día anterior.
Cuando Rafael y yo  éramos niños,  no es que fuéramos muy unidos, pero teníamos una cómplice relación de hermana mayor, hermano menor en la que el hermano menor traía de bajada a la hermana mayor, y bajo esa premisa la enseñó a fumar, a andar en una minimotocicleta en la que tuvieron a bien estrellarse y caerse en un par de ocasiones, a caminar por la vida con audacia y a ser irreverente con lo establecido.
Rafael se fue muy joven de la casa familiar. Decidió estudiar la carrera de ingeniero agrónomo y el Tecnológico de Monterrey solamente tenía ese programa en el norte del país. Muy lejos de nosotros. No recuerdo cuando se fue, solamente se me eriza la piel al recordar que ya no estaba entre nosotros y a mi me hacía mucha falta su presencia.
Pasó el tiempo, mucho tiempo. Nunca volvió al DF. Lo suyo es el campo. Siempre lo fue.
Hoy lo escucho hablar de sembradíos, hectáreas, espárragos, perejil, trabajadores agrícolas, empaques y me emociona darme cuenta de lo feliz que es a su manera. La pasión por lo que hace me recuerda a mi padre, que era igualmente pasional y obsesivo con su trabajo
La vida familiar de mi hermano ha sido difícil. Tiene hijos propios, hijos de Martha, su nueva mujer y si fuera necesario adoptar a algún niño de Camboya, Siria o la zona conurbada de la ciudad de México, sin pensarlo lo haría. Ese es Rafael, un hombre generoso, entregado, amoroso, amable, el Inge querido para sus trabajadores. El hermano que se fue muy chico de mi vida ahora regresa a abrirme las puertas de su vida, de su casa, de su familia. Me abre su corazón compasivo y a pesar de las pesadas bromas de la vida, él no deja de jugar.
Ya decídelo hermana, me dice, hay mucho qué hacer en Ensenada.