sábado, 19 de febrero de 2011

Día de audiciones

Años de trabajo, adrenalina cada sábado, noches sin dormir para entregar trabajos escolares. Hoy, todo esto parece decir adiós.
Hablé con una mujer de Nueva York que emocionada me decía, pero si mi hija es una bebé y hoy la veo aquí tratando de solucionar su futuro.
Yo pensé lo mismo de Lucía hasta que  la mañana de este sábado, antes de salir del cuarto del hotel rumbo a su audición, me demostró con serenidad, temple, cordura -que buena falta me hace a mi- y decisión que estaba absolutamente segura de que iba a hacerlo bien. No le impuso nada  ni nadie. Ni siquiera la barrera del idioma, que en realidad para ella no es una barrera porque habla muy bien inglés.
Así transcurrió el día. Lucía yendo de una audición a otra, repitiendo sus monólogos, repasando el tono y el color de su voz, brincando de un lado a otro. Hablando con todos sus posibles compañeros y sonriendo. En ningún momento dejó de sonreír. Intercambió palabras, sentimientos, repertorio de teatro clásico, repertorio musical. Yo no fui nada más que un centinela. Una mamá amorosa que la acompañó en cada momento de este viaje: tal vez uno de los más importantes de su vida.
Todavía ayer en la tarde hablábamos de lo mucho que duele crecer. Hoy para mi ella fue grandiosa. Maduró mucho. El simple hecho de pararse frente a los directores del Conservatorio de Boston y demostrar sus habilidades, sus años de disciplina, entrenamiento, constancia, hablaron todo de ella. Me lo dijeron todo; también me hicieron admirarla más de lo que ya lo hacía. Pero en el fondo, para mi sigue siendo mi niña, mi chiquita. La veo reír a carcajadas hasta por el sonido del viento que hace hoy en Boston, y que estuvo a punto de tumbarla en más de dos ocasiones.
Pasa de la madurez a la niñez con una velocidad pavorosa, pero no se queda ahí. Más bien se ubica en su edad, en sus 18 años, con una vida por delante, con un cúmulo de sueños que seguramente verá realizados en unos meses más. Gracias Lucía. Tal vez no puedo seguirte el ritmo al caminar por las calles, pero tú a mi sí me estás siguiendo el ritmo de madurar, de crecer, de aprovechar todas y cada una de las oportunidades que te regala la vida. No importa si nos enojamos porque me canso a la tercera esquina o a la décimo novena tienda de ropa ya no quiero entrar. No importa si con los menos cuatro grados que hay hoy en Boston tú quieres seguir deambulando por las calles mientras yo lo único que quiero es tomarme una cerveza e irme a dormir. Igual te amo y te admiro.
Eres grande Lucía, lo sabes. Y también sabes que vas a llegar muy lejos. Siempre ahí estaré. Nunca lo olvides.