jueves, 7 de marzo de 2013

Las mujeres de mi vida (1)

Las mujeres corremos todo el día de un lado para otro, nunca dejamos un cabo cotidiano suelto: léase ropa, hijos, comida, tintorería, trabajo. Siempre pensamos en los demás antes que en nosotras; al más puro estilo de las abuelas de antes, que le daban de comer primero a todos y al final se sentaban  ellas, solas, cuando los demás estaban en la sala tomando café.
Sara, mi abuela, aunque era de las de antes no era así.
Tuvo una infancia difícil, sus padres la depositaron en Puebla con unas monjas cuando llegó la revolución mexicana. Creció con el carácter duro. Era una tirana. Sus hijas fueron todas a la universidad. No las crió para servir a los hombres, a pesar de que fue educada para eso. Recuerdo cuando le dije que me casaba, solamente me contestó: "hijita no te olvides de tener siempre un par de velitas encendidas" y soltó una risilla pícara. Doña Sara era una excelente cocinera. Esa fue la gran herencia que le dejaron las monjas poblanas. Su mole y su arroz eran de lo mejor que he comido.
Sara se casó y tuvo tres hijas: Berta, Olga y Sara.
Berta, abogada con estudios en el extranjero, fue una de las primeras abogadas en México. De hecho, el 90% de sus compañeros eran hombres. Morena con unos bellos ojos verdes, también era dueña de un amargo carácter. Fue la primogénita de cinco hermanos. Para su desgracia mi abuelo siempre quiso un niño. Berta fue una mujer educada para ser hombre. Por eso estudió Derecho, cuentan las historias familiares. Alguien tenía que hacerse cargo del despacho y los asuntos del abuelo. Nunca se casó y adoptó a uno de mis hermanos como si fuera de su propiedad. La recuerdo enojada siempre, aunque debo reconocer que era generosa con aquellos que poseían un pedazo de su corazón.
Olga, quien ganó un concurso de belleza cuando cursaba estudios superiores, decidió dejar de estudiar porque creyó encontrar en mi padre al amor de su vida. Cambió la contabilidad de los libros por la administración del hogar. Tuvo ocho hijos y un marido macho que, después de 27 años de casados, decidió que lo suyo no era la familia que tenía. Olga tampoco fue educada para criar hijos. Aprendió en el camino, a fuerza de ensayo y error, y como buena mamá, hoy se jacta de que crió a cinco hombres y tres mujeres de bien: trabajadores, honestos, amorosos padres y madres de familia. Todas las mamás decimos eso de nuestros hijos ¿a poco no?
Finalmente llegamos a Sara. Cuando yo era pequeña ella estudiaba un Doctorado en la Complutense de Madrid y me imaginaba  que era una de las que curaban enfermos -a los siete años de edad ningún niño sabe que Doctor y Médico son grados académicos diferentes aunque en el argot popular nos refiramos a los médicos como doctores-.
Sospecho que yo era de sus consentidas porque cuando regresó a México vino cargando con una hermosa muñeca casi de mi tamaño escogida especialmente para mi. Siempre, desde pequeña, me identifiqué con ella e incluso cuando se casó -ya bastante mayorcita  por cierto- me gustaba irme a dormir a su casa. Sara es hoy una mujer bastante contestataria para su edad y su formación familiar: amloista, proezln y seguro ya se sumó a las filas de MORENA. Le perdí la pista cuando cambió las lágrimas -lloraba por todo- por los achaques. Tengo que reconocer que prefería escucharla llorar porque se le había quemado un huevo que oírla quejarse de dolor de uña.
Este cuarteto de mujeres representa mi primer contacto con el mundo femenino. 
(Continuará)