Carta a mi padre
Hace más de seis años que te ví por
última vez, pero ni un solo día he dejado de pensarte, recordarte, ver
tus gestos, observar la armonía de tus manos siempre acompañadas por un
cigarro. Te recuerdo sentado con tus largas piernas cruzadas
elegantemente.
Me pregunto ¿en dónde andarás? ¿qué pensarás de lo
que soy ahora? ¿te emocionarías tanto como yo al ver a mis hijos hechos
unos adultos increíbles? Seguramente sí. Siempre sentí el amor y
ternura que ellos te despertaban. Sin duda tuvo que ver la muerte de su
hermano Mario para que te encariñaras con ellos por lo que aquel evento
significó para mi, tu rebelde hija que siempre se te salió del esquema.
Pero te apuesto lo que quieras que te gustaba saber que lo mío no eran
las reglas familiares.
Tato querido, te extraño mucho. Se acerca
el día del padre, y aunque pasaron más de 20 años de no celebrar
contigo esa fecha -por la distancia física entre todos nosotros- nunca
dejé de hablarte ese domingo de festejo. Siempre fue un acto generoso de
mi parte; era una forma de decirte que, a pesar de ser una familia tan
disfuncional y tan distante, te amaba profundamente. No sabes cuánto.
Creo
que todos te extrañamos mucho, te fuiste rápido y seguramente
insatisfecho. He leído que cuando estás frente al último viaje, te
arrepientes de todo lo que no hiciste y debiste haber hecho, de todo lo
que no dijiste y te hubiera gustado decir. Pero lo que me dejaste es
infinitamente superior a todo lo que no tuviste tiempo de decirme.
Establecí contigo, a la distancia, una relación de comunicación y afecto
total. Hablábamos casi todos los domingos para comentar la vida
política y económica de México, el crecimiento de mis hijos, mis
proyectos. Nos reíamos y también sabíamos ponernos tristes.
Te quiero mucho y siento que nunca te has ido. Te escribo y estás sentado frente a mi leyendo.
De
ti aprendí que las malas palabras bien aplicadas son una gloria de
precisión, que Juan Orol es un icono en este país, que los de Sonora
manejan de manera inconsciente y absurda, que el amor de los nietos, a
pesar de que el mundo entero diga lo contrario, se gana y no se regala.
Recuerdo
el día que me confesaste que te era difícil querer a los niños a los
que no conocías, aunque fueran sangre de tu sangre. Me aterrorizó tu
reflexión pero después me hizo todo el sentido del mundo. Te chocaba que
te endilgaran a la gente para que la quisieras.
Tenías un olfato extraordinario para los negocios pero eres muy malo a la hora de recoger los frutos.
Con
tus hijos hombres eras duro como piedra en todos los aspectos, pero les
diste todo. Con las mujeres eras tan diferente Antonio, nos hiciste
creer que éramos princesas.
De ti aprendí el valor del trabajo, de la verdad,
del estudio, de la disciplina, de la limpieza y pulcritud en el vestir.
Pero también me heredaste una gran capacidad para no ahorrar ni pensar
en que hay un futuro y tenemos que preverlo.A través de ti descubrí la literatura latinoamericana. Creo que de Vargas Llosa leíste todo.
Eras la perfecta
figura paterna: autoritario, distante, pero no ausente. Por lo menos
para mí.
Cuando necesitaba consuelo recurría a ti, aunque me contestaras
barbaridades como el día que te dije que iba a estudiar una maestría y
con cara de asombro comentaste: ¿Maestría? Mejor busca marido hija.
Durante
muchos años te compré la idea de que mi cumpleaños era el 16 de agosto
hasta que verifiqué en mi acta de nacimiento y no era verdad: nací el 17
de agosto. Pero qué más da. Mi hijo Mario decidió morirse el 16 de
agosto y me dijiste con una sonrisa en la cara pero un profundo dolor en tu
corazón: "verdad que valió la pena que tu cumpleaños no haya sido el 16
de agosto".
Ay pa te extraño.
Amabas a mis hijos por lo que yo
significaba para ti, aunque parezca una obviedad. Nuestra complicidad nunca
nadie la entenderá.
Me quedo con tu cara de enojo en los
hospitales, peleando con las enfermeras y queriendo fumar a como diera
lugar. Era señal de que estabas vivo y lúcido. Siempre tuviste una
lucidez y claridad mental impresionantes. Además eras muy guapo.
Antonio
Rosas te amo, te extraño, todos los días de mi vida te mando un beso y
nunca voy a olvidar la fotografía de mis hijos pequeños, sonriendo, en
una mesita en la sala de tu casa.