miércoles, 29 de octubre de 2014

¡Ya 22 años!


Felicidades Lucía


Me siento frente al piano y veo tu silueta tocando una y otra vez las mismas notas hasta que logras sacar esa canción que tanto te gusta. Te escucho tararearla y regresar los dedos en las teclas. No puedes, sigues intentando. Pasan las horas y por fin se escucha la perfecta armonía de esa canción que escuchas en tu computadora y tocas.
Mi recuerdos agolpan mi cabeza y me sonrío. De qué me sorprendo si siempre has sido así. Tenaz, constante, yo antes decía necia, pero no, de necia no tienes un pelo. Cuando eras pequeña, un día, en aquel salón Montessori, estabas sentada intentando emitir un chiflido de arriero desde tus pequeños labios. Me contó Verónica, tu guía entonces, que te veía y te veía muy concentrada tratando de chiflar. Después de más de 40 minutos se acercó a ti y te sugirió que si querías aprender a chiflar le hicieras el favor de salirte al jardín a practicar porque distraías a tus compañeros. Sin siquiera pensarlo te levantaste, acomodaste tu silla, como buena niña Montessori, y te saliste al jardín el resto de la mañana hasta que lograste chiflar. Cómo me divierte esa anécdota Lucía, eras una niñita y chiflabas como arriero desmecatado. La gente te volteaba a ver entre asustada y sorprendida preguntándose ¿cómo una niña de ese tamaño -tendrías tres o cuatro años- hacía eso?
Eres tan perseverante mi amor.  También recuerdo cuando te operaron a los cuatro años y tuviste que tener el pie inmovilizado con una férula y te movíamos en silla de ruedas; jamás me pediste ayuda en la noche para ir al baño. Te deslizabas desde tu cama al suelo y te arrastrabas hasta llegar ahí y te las ingeniabas sin yo siquiera imaginarlo. Eras muy chiquita pero demasiado independiente para mi gusto. Sola aprendiste a leer y  también las capitales de América Latina. No era fácil pero eras tan constante que aprendías rápido. Tu capacidad de asociación me sorprendía.
Hoy cumples 22 años Lu y me has hecho una mamá inmensamente feliz. Quisiera tenerte más cerca para tontear juntas o hablar de cosas simples de la vida. Acompañarte a comprar zapatos, a ver ropa. Gritarte desde la cocina que ya está listo el desayuno y no me contestes porque te choca que la gente grite.

Ahora me siento en tu cama, bañada de sol y llena de ti.  Te escucho siempre riendo, cantando o entrando y saliendo por toda la casa. Dicen que tienes mucha energía que tal vez seas hiperactiva, yo digo que por supuesto no, que lo que tienes es un amor  y veneración profundas por la vida y tienes ganas de vivirla, comértela, cantar y hacer malabares hasta con el pelo de tu hermano Daniel.
Feliz cumpleaños Lu. Este año tampoco la pasas conmigo físicamente pero traigo tu foto conmigo -sí, en mi cartera como dice la canción-  y me la he pasado llenándote de besos y repitiéndote hasta el cansancio que te admiro, te amo y disfruto la manera en la que disfrutas la vida.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Cosas de la edad, ¿o del eclipse?

Desde ayer por la tarde empecé a sentir que una extraña sensación de gozo y felicidad merodeaba por mi vida. Sin el menor empacho le permití apoderarse de mi. Por la noche me pregunté si sería normal que justamente en este momento en que estoy desempleada, vendiendo mis bienes (y no precisamente inmuebles) para remediar el vacío de mis bolsillos, sería capaz de sonreírle a la vida si yo estaba bastante molesta con ella. Pues sí lo hice y me he dejado arrastrar por una especie de paz que francamente no se a donde me va a conducir.
Hoy, como niña con juguete nuevo, el tema del eclipse me ha traído en vilo todo el día. No he dejado de voltear al cielo para tratar de interpretar el juego de las nubes, sus movimientos, las movidas juguetones del sol, el nacimiento de las estrellas y la aparición de la luna en algún momento del atardecer.
He leído decenas de notas sobre el eclipse y su significado planetario. He seguido a pie juntillas las instrucciones de mis amigas y he decretado abundancia económica por supuesto. De pasadita, cerré los ojos y pedí por la llegada de algún apuesto galán que me invite a  vacacionar a La Toscana italiana.

Daniel y Lucía están azorados con tanta emoción. Daniel a lo lejos piensa "esta mamá enloqueció y está obsesionándose con la luna". Lucía, a sabiendas de que me chiflan las nubes y las lunas de octubre, me llamó por teléfono para preguntarme si sabía que hoy se vería un eclipse en México. Al escuchar mi emocionada afirmación me contestó con un dejo de frustración: "lo sabía madre", "te llamé just in case".
Son las 3:40 de la madrugada y yo estoy sentada frente al ventanal de mi sala viendo los movimientos de la luna y sintiendo la fortuna de la vida recorrerme la piel. Pienso en todo lo que tenemos y no disfrutamos como es precisamente la luna. Recordé mi infancia, mi adolescencia y juventud cuando tirada en el pasto de la casa de Cuernavaca inventaba formas a las nubes e imaginaba cómo sería mi vida adulta. Pensé en lo extraordinario que es la maternidad. En el hecho de que mis hijos sepan que me emocionan las nubes, los cielos y la luna. Recordé aquellas madrugadas en que siendo bebés se despertaban para ser amamantados y yo abría la cortina para ser acompañada precisamente por el cielo y la luna en mis oficios maternos.
Dicen que esta luna de sangre, que espero ver en una hora, es la de la reconciliación. Creo que sí lo es, aunque también reconozco que una de las grandes barbaridades de la menopausia es transformar en un parpadeo los estados de ánimo de las mujeres, entonces puedo estar confundida.
Definitivamente tengo mis reservas sobre este estado de felicidad en el que estoy; no sé si es el eclipse, la luna, la edad o simplemente el privilegio de estar viva.
Mientras tanto sigo sentada frente a la ventana.

jueves, 2 de octubre de 2014

La muerte y yo


           A Olga por el dolor de Ale, por la partida de Luis y por el adiós de Ticho

En un parpadeo se detiene la vida. Así, sin mayor preámbulo, la muerte nos visita. Le importa poco la edad, el color de la piel, la historia familiar, los proyectos, los triglicéridos o el colesterol. ¿Quién nos dijo que podíamos planear el futuro y sentarnos a deshojar margaritas en espera de que las cosas sucedieran como lo imaginamos? ¿Por qué no aceptamos que la vida es frágil y sí pende de un hilo?
La primera vez que me enfrenté a la muerte y verdaderamente la miré a los ojos fue cuando se murió el hermano menor de mi madre. El tío Jorge era muy joven, menos de 35 años, dejó a una familia entera deshecha. Su mujer y sus hijos con el paso del tiempo lo superaron; mi abuelo se murió de tristeza y dolor tres meses atrás de él. 
Después, cuando falleció mi abuelo y sentí a la amiga en cuestión nuevamente pisándome los pasos, el dolor de mi mamá me resultaba brutal. No veía a mi madre, estaba frente a una niña pequeña que lloraba con una gran desesperación; ¿qué voy a hacer sin mi padre? recuerdo que entre sollozos repetía.
La siguiente vez, la patrona decidió tocar mis fibras más íntimas e intempestivamente se llevó a mi pequeño hijo Mario. Yo no sabía que los niños se morían y recuerdo que su padre y yo nos pasamos durante varios meses días enteros en el cementerio protegiéndonos del dolor de aquella partida.
Esos tres enfrentamientos con la muerte me hicieron crecer y madurar. Dejé de pelear contra ella y empecé a aceptarla como parte de la vida. Tal vez eso me ayudó a que no doliera tanto la partida de mi padre. Tal vez por ello no me asusta que una mañana de éstas se decida por mi para ser su acompañante.
Ayer, a pesar de que diariamente escuchamos hablar de ella,  le volví a ver el rostro de frente. La muerte de un joven de 28 años me sacudió hasta las entrañas. Él se fue, él está bien en otro plano, pero su adiós dejó un enorme vacío de dolor y una ausente presencia en el corazón y en la vida de sus padres, de sus hermanos, en la altivez de sus abuelos que se veían serenos pero con el alma dolida; en la cotidianeidad y risas de  Alejandra,  la pareja con la que había decidido escribir su futura historia. 
Solamente el tiempo resarcirá lo que hoy les quitó.
Hoy la muerte me recordó que no hay partidas sin dolor pero aún así vale la pena vivir.